Pasó algo indisoluble. Científicos pusieron a dos grupos de ratas dentro de jaulas con pisos electrificados. Cuando se encendía la corriente, los pies rosados desprotegidos de las ratas recibirían un doloroso shock. Un grupo de ratas no podía detener ni escaparse del ataque de la carga eléctrica. El otro grupo recibió un modesto privilegio. Sus jaulas estaban equipadas con un interruptor que le permitía a estos roedores apagar la electricidad. El grupo con el interruptor, en pocas palabras, tenía el control.
A pesar de la fuerte dosis de tormento eléctrico, las ratas que habían podido controlar su castigo emergieron del experimento relativamente saludables. Pero el grupo que no tenía control salió de su terrible experiencia con una alta incidencia de úlceras estomacales. La diferencia se produjo a pesar del hecho de que los dos grupos de ratas recibieron exactamente la misma cantidad de descargas eléctricas al mismo tiempo. Incluso aún, en estudios similares en la Universidad de Colorado, luego de una breve exposición al dolor incontrolable, las defensas inmunes de ratas indefensas se desmoronaron, dejando a las criaturas con una elevada vulnerabilidad a infecciones y medicamentos que causan cáncer. El control protegió la salud de las ratas con el interruptor, y la falta de control despojó a sus desgraciados colegas incluso de sus propias protecciones internas.
El control también es el ingrediente mágico que nos mantiene alerta de cara al peligro. Lo hace suprimiendo la producción de endorfinas. Las endorfinas son sustancias químicas producidas por el cuerpo para calmar nuestro dolor. Su construcción molecular es similar a la morfina, y no sólo eso, sino que también tienen la capacidad de la morfina para sofocar el sufrimiento. La literatura popular glorificó a las endorfinas como benefactores biológicos bendecidos. Sin embargo, en realidad, son seductores venenos. El poder de las endorfinas para anestesiar es excelente pero en el trato nos paralizan cerrando nuestras percepciones y reduciendo nuestra resistencia a las enfermedades.
Dos grupos de ratas fueron colocadas en jaulas de shock. Un primer grupo podía escapar del choque saltando a una plataforma no electrificada; el segundo grupo no podía. En pocas palabras, las ratas que podían dar el salto tenían una forma primitiva de control. Las endorfinas inundaron los sistemas de las ratas que no podían controlar el choque eléctrico. Por el otro lado, las ratas que tenían control eludían el aluvión de endorfinas. Las ratas sin control eran afectadas por el embotamiento endorfínico de los sentidos y la mente, mientras que las que controlaban su destino permanecían perceptivas y alertas. Otros experimentos indican algo igualmente siniestro: la falta de control inhabilita la potenciación neuronal a largo plazo —en otras palabras, causa estragos en la capacidad de retener y actuar sobre la información vital.1
En humanos y ratas, el control energiza la mente. Su carencia puede obstaculizar los poderes mentales. En otro estudio, a dos grupos de humanos se les asignó un conjunto de complicados rompecabezas y una revisión de lectura. Ambos grupos debieron llevar a cabo sus tareas mientras un chirrido irritante sonaba de fondo. Sin embargo, existía una importante diferencia entre los dos contingentes: uno tenía control; el otro no.
Las mesas de los sujetos de un grupo disponían de un botón. Con ese botón, podían desactivar al menospreciable sonido. Los miembros del segundo grupo carecían de control alguno. Al no tener el botón, simplemente debían aguantar y soportar el molesto sonido. En cuanto a los resultados, el grupo con los botones de control en sus escritorios navegó a través de los rompecabezas y cometió solo un modesto número de errores en su revisión. El grupo sin control se las arregló tristemente: su dominio del rompecabezas fue cinco veces menor, y su revisión de lectura fue atroz. Lo más extraño de todo es que el grupo que tenía el control no presionó el botón ni una vez. No fue el ruido o la falta de él lo que afectó su performance; era la mera idea de que, si lo deseaban, podían apagarlo. Era la idea del control. 2