Poca gente se pregunta qué pasaría si un Bitcoin llegase valer un millón de dólares. Eventualmente, si el experimento no falla (y los gobiernos continúan imprimiendo billetes), debería suceder. Es matemático.
Esta nueva forma de dinero expande los límites del espacio-tiempo logrando algo fantástico. Lo hace tomando túneles ofuscados antes accesibles a personas confinadas al mismo lugar físico y permite ahora intercambiar capital a través del impalpable mundo virtual. Sin ningún pasamanos, la confianza en un concepto –tu nuevo balance monetario– se actualiza porque In Math We Trust.
Para facilitar la comprensión a personas ajenas al mundo informático, espero sirva la siguiente suposición:
Dos amigos viajeros debatían sobre qué pasaría si uno de ellos fuese robado a punta de pistola, siendo despojado de todas sus pertenencias de viaje; incluidas mochilas, tarjetas, documentos, pasaporte y celular. No te atenderían bancos, ni embajadas, ni tampoco en Western Union. Tendrías bloqueado el acceso al dinero debido a tu incapacidad de realizar la verificación en dos pasos con tu home banking; sumado a que, en tus nuevos destinos no siempre conocés a alguien de confianza. Pensemos en países extraños, como los de medio oriente o peor.
En otra época, bien conseguís trabajo en un hostel a cambio de comida y alojamiento husmeando en la caja de cosas olvidadas con la esperanza encontrar algo de ropa usada, o bien tu amigo vuela hacia donde estás. De ir por esta opción, él llegará y habrán cervezas.
Eso era antes. Hoy no estarías (tan) cagado ya que durante el mismo día, con Internet, lapiz y papel, resolvés tu problema con cryptomagia. Esto es utilidad, Carlitos Marx.
OBTENÉS LO QUE INCENTIVÁS
Están quienes creen que no existe mayor barrera en la adopción de Bitcoin, que la hedionda burocracia de bancos y gobiernos infundada por su miedo a perder el control. Este análisis es cierto, en parte, pero desconoce la necesidad operativa de los negocios de contar con un margen de estabilidad cambiaria. Si vos vendés una reserva hotelera dentro de tres meses en otro país, a tu cliente no le vas a cobrar un precio variable atado a una tasa de cambio futura. Podés probar, pero el tipo optará por hacer su reserva en otra plataforma.
Y acá es dónde entra el concepto de dólar futuro y sus colegas, los derivados financieros. Interesantemente, Bitcoin y sus versiones alternativas tampoco son ajenos a estos contratos de cobertura. También conocidos como hedge. Y donde hay cobertura también habrá especulación; cuyo valor agregado, quienes alguna vez compramos o vendimos algo, sabemos identificar. Me refiero a la conocida liquidez; la cual es buena cuando buscamos una contraparte. Con Bitcoin, si bien no pareciera haber problemas de liquidez, montos que en el mundo del Forex no moverían ni a monedas de plástico como el peso argentino sí provocan coletasos violentos en este nuevo activo; extraño, pero que se muestra cada vez más presente dentro del imaginario colectivo.
Una noticia imposible de ignorar, como China reconociendo que deberá sumarse a estas revolucionarias crypto-tendencias, puede provocar un pequeño aumento de precios. Lo que desencadena la liquidación automática de instrumentos que venían apostando a la baja, los conocidos shorts. Lo que aumenta el precio. Lo que hace que salten más shorts. Lo que encola más shorts y produce una reacción en cadena resultando en un impactante snowball effect. Aunque –y siempre hay un aunque1– quizás estés pensando que también pueda ir hacia abajo. Lo cual es posible, y también sucederá muchas veces gracias a los stop loss (también automatizados).
Pero también puede suceder algo aburrido, sin espectacularidad. Wences Casares, el argentino que creó una bóveda de Bitcoins (muy-argentino él), nombra la posibilidad, muy real, de una adopción paulatina y gradual; libre de punzantes sobresaltos.
Pero me estimulan otras cosas. ¿Qué pasaría si se diese una puerta 122 en varios países, y la gente –de todo estrato económico– busque irse de su moneda y pasarse a Bitcoin? ¿Pueden quizá los estado-nación, en su intención demagoga contra el lavado de dinero, estar dejando sentadas las bases para una diáspora de individuos hacia un chúpemenla-políticos y que los impuestos los paguen los colectivos acusadores?
Si quienes trabajan remotamente –y cada vez habrá más– lograsen percibir su salario en cryptomagia, ¿empezarían los estados a reconocer las monedas virtuales como válidas para el pago de impuestos? Si esto fuese así, la actividad productiva por ejemplo, ¿dentro de qué territorio ocurrió?
Esto abre puertas a la violencia. Con monedas como Bitcoin, con un balance accesible y abierto, cualquiera que recibe o te manda un pago conoce tu dirección crypto, por lo que en definitiva también puede conocer cuánto tenés. O a quién le compraste. O, con ayuda de un programita, a qué otra cuenta tuya enviás regularmente tus fondos con la ahora fallida meta de evitar la triangulación de tu riqueza.
Y suponete si sos, digamos Cataluña, y buscás independizarte de la España colonialista. Debido a que el estado Español tiene total potestad sobre las cuentas bancarias dentro de su propio territorio, tu mejor intento independentista sería comenzar a recolectar impuestos en una moneda no reconocida por los miembros de la Unión Europea, con el agregado, y esto es importante, de que tu tasa impositiva será menor. Entonces, los ciudadanos, nuevos clientes antes-rehenes de otro estado-nación, en vez de realizar su transacciones con Euros podrán ahora hacerlo en una moneda alternativa. Independencia fiscal. Simple, rebelde y sin violencia.
Entonces, si la tasa de tributo en Euros es de un 21% y la España colonialista se queda el 80% de ese total, a una república independentista como la Catalana, ¿podría serle negocio establecer un IVA de entre 4.3% y 20.99%?
Permitime aclarar, antes que nada, que esto es un experimento imaginativo. Lo hago por puro entretenimiento. Puede parecer, para algunos, como un alzamiento colectivo y violento de los programadores contra la autoridad, el orden público o la disciplina militar. Sin embargo, los programadores simplemente escribimos código. Apretamos teclitas de plástico detrás de una inofensiva pantalla con colores. Se llaman expresiones informáticas y por más nerd que suene, también categorizan como libre expresión. Por lo tanto son actos no-violentos.
Como la introducción de los Smartphones en la vida cotidiana, la versatilidad de esta nueva herramienta está dando lugar a infinidad de aplicaciones. Buenas y malas. Espero haber manifestado uno de tantos posibles mecanismos que generarán revuelo en los años venideros. Confío en la inteligencia colectiva para mantenernos entrentenidos. Y estoy seguro, de no ser el único cuyos pensamientos dirigen, de manera diaria, su atención hacia esta nueva tecnología.