Hay una idea que vengo cultivando hace tiempo. En general, hasta que no la escribo de manera simple, no la termino de entender. Convertir los pensamientos a palabras es como construir una estantería de madera que vas terminando mientras la vas haciendo.
El tema central de esta idea está relacionado al ego y la ilusión del «YO» que corre en nuestra mente. La persona que éramos hace 3 años no es la misma persona que somos hoy, y sin embargo seguimos siendo nosotros. Yo me enojaba cuando mi equipo de fútbol perdía y hoy medio me chupa un huevo. Tras volver de viaje a Argentina, mis amigos ven que soy otra persona pero que la esencia sigue siendo la misma.
Entonces si sabemos que algo cambió para bien, me pregunto cómo lo optimizamos. Si hay un ego que evolucionó, ¿lo podremos hacer evolucionar más rápido?
En la novela llamada 1984, George Orwell dijo “Quien controla el presente, controla el pasado y quien controla el pasado controla el futuro”. Dado que el pasado no existe más y el futuro no es más que una proyección mental creada a partir de los eventos ocurridos en el pasado, ¿Podremos jugar con nuestras memorias para usarlas a nuestro favor?
El ego siempre quiere escapar de su mayor miedo. La Muerte. Para eso necesita ser dueño de una identidad, de algo que le haga creer que existe. Así es que crea una constelación de conceptos mentales con los que este se identifica.
Por nuestra propia experiencia, sabemos que nuestro ego es propenso a derivar su identidad a partir de sentimientos de pertenencia. Clubes de fútbol, nuestro cuerpo, logros, ideologías ajenas (–ismos), perfiles de la redes sociales, y más. Cada uno de esos conceptos tienen un sentido; un último por qué.
La idea vengo cultivando es más bien una creencia. Creo que es posible optimizar el crecimiento personal a partir de modificar aquello que valoramos. Esto es más fácil de decir que de hacer. Por ejemplo, si hoy elijo valorar la autodisciplina y la determinación, mi deseo de ser organizado no será convertido en realidad hasta que no le ofrende mi más preciado recurso: mi tiempo y dedicación.
Viendo que Mark Zuckerberg nos vende ilusión de vivir en un mundo de fantasía, quiero construir el mío propio.
Una marca se confecciona a través de la conexión emocional. La idea es permitir que las personas se sientan identificadas con lo que la marca ofrece. Así, las personas se enchufan a esa fuente emocional para experimentar aquello que valoran. Y también funciona al revés: repele a quienes desdeñan aquellos valores.
Teorizo que las grandes personalidades logran llegar a serlo porque logran escapar a la tentadora heroína del ego: la gloria. Al crear una marca y dedicar su tiempo a cultivar los valores personales, cada creador de una marca se volvería administrador de su reino. Lo lindo de esta ecuación es que la gloria no se la lleva la persona. Se la lleva la marca; los valores. Apple es el ejemplo más claro. Steve Jobs -tanto ego como esencia- creció en paralelo con su marca. Sabemos qué esperar de Apple. Lo mismo sucede con Tinelli, Pergolini, Darín, Suar1 o Messi.