Me encuentro acostado sobre el ligero colchón de una reposera de madera en Koh Rong, Camboya. La arena tiene el aspecto de la harina. Las palmeras, apenas encorvadas, se erigen sosteniendo cocos que se encuentran serena y elevadamente amenazadores. El mar, pintado con turquesas de postal baña las costas con una suave y perseverante marea. Nos miramos con Marce, mi amigo y compañero de viaje, y redireccionamos nuestro enfoque hacia el puerto. Llega otro barco. Amarra. Descarga los víveres — llegaron las rubias.
“Que bueno que está esto, quedémosnos un par de días más”
Volviendo dos meses atrás, me encontraba en Krakovia yendo a la oficina de corbata. Se venía el invierno polaco. Había nieve. El cliente, coloso de la industria de seguros, contrató a nuestra consultora motivado en reducir su presupuesto de sistemas en un 3%. Estaban migrando las operaciones de Europa a Polonia. A mi me tocó España. Qué bendición. Qué desgracia1.
“Dale Facu, metele que un día de trabajo acá cotiza a cuatro en el Sudeste” – Me alentaba por dentro.
Llegó la fecha. Renuncié. Volé a Jakarta, capital de Indonesia. Instalé Tinder. Todas feas. In-co-gi-bles. Todas. Humedad, jet lag y el acarreo emocional de mi ex-trabajo (de corbata) complicaban el descanso. Eran las 4 de la mañana y se me habían abierto los ojos. Lechuza. Insomnio. “¿Qué hago para dormir?”. “Ya fue, sale paja”. Relajación. “Puta madre. Sigo sin poder dormirme”. Y aparece una vocecita que dice “No hay insomnio que dos pajas no puedan curar”. Volví a mirar porno. Pude dormir. Punto para el celular.
Los primeros dos meses viajé con un amigo. Marcelo, hombre simple, usaba el GPS para todo. Por mi lado, como si el GPS me despojase de mi sentido masculino de dirección, seguir las órdenes de un aparato me generaba cierto desprecio. Quería usar mi capacidad para ubicarme, doblar, sentir que tomaba decisiones.
Cuando agarraba Wifi, whatsapp reclamaba mi atención. En la playa; el café; el hostel. Mensajes de grupos a mansalva. Amigos, familia, familia más grande… me estaban hinchando las pelotas. Por dentro mío puteaba “Este gorra de Mark Zuckerberg que no me deja marcar los mensajes como leídos antes de que lleguen…”
Llegando al final del viaje compartido, todavía con celular, llegamos a Koh Rong, “La Isla de las Rubias”. No hay señal, hay rubias, gente copada de todo el mundo, latas de cerveza a 1 dólar, playa de postal, desayuno inglés a 5 dólares, sexo playero. El paraíso.

Una semana más tarde, dos días antes de continuar mi viaje sólo, se me rompe el teléfono. Vietnam. Motitos. Caos. ¿El traductor? No lo iba a poder usar. Los garabatos que tienen por letra me hacen acordar a Shang Tsung (Mortal Kombat).
A partir de ahí las reservas de hostel iban por computadora. El tema era que tras el arribo a una nueva ciudad, había que llegar al hostel; sin mapita. ¿Solución? Dejar abierto el google maps en el browser de mi laptop.
En los hostels la situación era interesante. Tenía que socializar, no podía hacerme el dolobu con el celular. ¿La mayor de las cagadas? La alarma. Buena suerte durmiéndote en paz esperando que el empleado de la recepción del hostel le diga a su compañero del próximo turno que te despierte para que vos te tomés tu bus; o te subás a tu avión.
Otra de las situaciones para el recuerdo fue haber manejado en motito en Hanoi, Vietnam. En un tránsito que se desliza como spaghettis al ser levantarlos con el tenedor, cruzar la ciudad para reparar tu celular en el servicio oficial (así no te cagan) es una tarea que requiere de concentración y huevos. Afortunadamente los browsers modernos permiten abrir varias pestañas. Abrí unos 8 tabs con google maps e hice zoom en cada sección. Volví a la era de la guía Filcar.
Ir caminando por la calle ó frenar la motito para abrir la mochila y pelar la notebook no está bueno. Es incómodo. Más aún si no tenés internet ni GPS: tenés que andar deduciendo en qué cuadra te encontrás. Punto para el GPS. Lo acepté. Puedo depender de él y mantener mi dignidad. Es una herramienta.
Estar sin celular te permite regularizar tu sueño. En todos los hostels la gente está en posición fúnebre junto al celular antes de dormirse y ni bien se despierta. Son los momentos más proclives a la neuroplasticidad. Ahora lo pongo en modo avión.
El celular perturba los pensamientos. Para eliminar el resentimiento necesitamos aprender a lidiar con pensamientos indeseados. La vida viene acompañada de sufrimiento, lo otro es realidad virtual.
Otra de las cosas que restó puntos fue andar sin cámara. Tras no poder reparar mi teléfono en Vietnam, y decidir continuar mi viaje despojado del multi-gimnasio para mi dedo gordo, recorrí Tailandia, Indonesia y Vietnam en paz. Pero sin fotos. Esta fue la última filmación de mi celular en Camboya:
Rojita la panza.
3 Cosas que adicionales que noté:
- Grupos de whatsapp. Los odio. No hay cosa más esclavizadora que la incesante charla de los grupos de whatsapp. Una vez dentro es jodido irte. No querés quedar como un cortado. A la mierda todo. A partir de ahora sólo familia directa ó grupos con un fin, ej.: organizar un viaje.
- Creciente número de madres irresponsables: les dan el celular a los hijos para que no jodan. Se están fabricando autistas en masa. ¿Posible consecuencia? Rebalanceo de la población mundial dentro de 30 años.
- Noté algo difícil de explicar. Es una especie de convergencia tiempo-espacial. Por allá en el 2013, cuando los alemanes habían reducido el contenido puramente social, en Argentina la gente seguía compartiendo cuantiosas fotos de los eventos sociales en los que participaba (asados, vacaciones, etc). Hoy, cuando el resto del mundo se esmera en demostrar cuan indignado está, en el sudeste asiático la gente no para de compartir selfies y la sarta de boludeces que hacen durante el día.