Hasta hace algún tiempo atrás pensaba que debía pedir perdón. El motivo, según entendía, era haber nacido varón.
Días atrás me despertaron en medio de un sueño. Me reía mientras estaba dormido. Cuando me volví consciente, me encontré a las risas como Patán, el perro de los autos locos. El destinatario de mi risa era un chico que aparecía en el sueño. Me reía de él. Su comportamiento era el de quien pide una moneda en la calle. Pero este chico no estaba pidiendo limosnas, estaba intentando coger.
Me gusta la estrategia militar. Su sabiduría aplicable a la vida cotidiana. El Coronel John Boyd decía que la guerra se pelea en tres niveles: moral, mental y físico. El nivel moral es el más poderoso, el físico el menos, y el nivel mental se ubica en el medio.
Reírme de alguien que hace algo con la intención de coger no me hace superior; me vuelve triste. Me ubica al mismo nivel del argentino que le reclama a Messi su propia carencia de pasión.
Desde que tengo memoria, la tele utiliza la sexualidad de los hombres como recurso central para la comedia. El goma de Johnny Bravo, el pendejo precoz American Pie, ó los matados de The Big Bang Theory. Todos tienen algo en común. Y no es que sean hombres; es que apilan intentos fallidos a la hora coger. Que son casi lo mismo.
Habría que preguntarle a la generación del smartphone, por qué en nuestra cultura se cree que hacer humor de un eyaculador precoz esté bien, mientras que reírse de una concha que no se moja esté mal.