Las opiniones negativas de mi mamá me solían molestar. No me podía contener. “¿Qué dice?!. Tengo que responderle” gritaba adentro de mi cabeza.
Eso cambió en los últimos meses, y ahora me siento más cómodo. Después de todo, la infancia de nuestros padres rara vez fue más llevadera que la nuestra.
Responder a meras palabras no es defender la verdad, es dar explicaciones.
La ideología opuesta no necesita defensores.
¿Te fijaste de que, al contradecirla, ella no te dice que estás equivocado ni que tenés razón?
Entonces ¿por qué saltar si ella no pidió tu opinión?
Las personas codependientes derivan placer en contradecir a su madre.
Según la wikipedia, el codependiente suele olvidarse de sí mismo para centrarse en los problemas del otro (…) al preocuparse por el otro, olvida sus propias necesidades y cuando la otra persona no responde como el codependiente espera, éste se frustra y se deprime.
¿Es posible dejar de reaccionar? Sí, pero no es fácil.
En ocasiones, nuestro ego proyecta ofensas donde no las hay. Y, siendo la supervivencia su principal función, tiene sentido que el ego reaccione a las amenazas. Pero hay un inconveniente: traspapelamos ofensas por ataques.
Escapar de la dependencia emocional requiere estar presente y aceptar la tensión. Lo que se siente como ofensa es una insignificante reacción condicionada. Nuestro cuerpo la expresa tensionando los músculos (en mi caso suelen ser las piernas y pies).
Nuestra fisiología, al detectar una amenaza nos predispone a reaccionar. Cambia nuestro ritmo respiratorio, algunos miembros del cuerpo pueden empezar a vibrar (parecido al ducharse con agua fría) y dependiendo de la intensidad de la percepción, quizás nos abrume la adrenalina.
¿Qué hacer? Enfocar nuestra completa atención en las zonas de inquietud. Y, simplemente no reaccionar.
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