Supongamos que un chico, llamemoslo Hernán, era castigado y retado por su madre y sus maestras de la escuela cuando no se comportaba de la manera en la que ellas esperaban. Sus padres le decían a Hernán que debía portarse bien, sea lo que eso fuese, y que también debía hacerle caso a la maestra.
Bien temprano, probablemente antes de los 6 años, el libreto de una persona poderosa degradándolo por su comportamiento entró en la base de datos emocional de Hernán. Mientras crecía, Hernán reaccionaba con sentimientos de inutilidad y menosprecio ante la ausencia de aprobación de las figuras que tenían autoridad sobre él. Como los premios y castigos eran aleatorios, sólo podía estar seguro de comportarse correctamente cuando era felicitado.
A Hernán le encantaba la sensación del reconocimiento de sus logros. En el jardín y la escuela, casi de manera inconsciente, aprendió a modificar sus comportamientos para maximizar la obtención de reconocimientos, le encantaba los sellos con caras felices que las maestras le ponían en el cuaderno.
Unos 20 años más tarde, Hernán todavía reacciona con sentimientos de baja autoestima ante la falta de reconocimiento de aquellos que valora. Eso no significa que Hernán siempre se sienta deprimido, pero Hernán estaría mejor si no tuviese que luchar contra su impulso de sentirse apocado por desear recibir el reconocimiento de aquellas personas que valora.
Podemos esperar que Hernán la tenga fácil al debilitar el disparador emocional que lo hace sentir mal; esto es así si los eventos generadores de la reacción son distantes, en vez de cercanos al patrón universal del disparador en cuestión. Haber sido retado y humillado por las palabras de su maestra está más alejado del patrón que si su maestra lo hubiera expuesto ante sus compañeros de clase, mandado a dirección y llamado a su madre, él no pudiendo hacer nada al respecto. Hernán tendría una mejor chance como adulto de debilitar el disparador si las experiencias originales hubieran incluído solo palabras en vez de un castigo frente a sus compañeros y padres que tanto lo avergonzaba.
Un segundo asunto a considerar es que tan cercanas las instancias actuales del evento disparador se asemejan a la situación original en la que el disparador fue adquirido. Fue la madre y las maestras las que despiadadamente lo retaban y castigaban — mujeres con autoridad sobre él. Recibir críticas de un pibe normal, una mujer fea ó alguien más chico que él no se asemeja al desprecio de una mujer que puede castigarlo, y debilitar el disparador debería ser más fácil para Hernán cuando es criticado por alguien que no sea una figura de autoridad.
Cuanto más intensas hayan sido las emociones experimentadas cuando el disparador fue adquirido, más difícil será debilitar su impacto. Si la reprobación fue entre suave y moderada, en vez de un desprecio intenso, si los sentimientos de humillación, inutilidad, y resentimiento por una falta de capacidad fueron suaves, entonces sería más fácil tranquilizar el disparador.
Ahora veamos como Hernán puede hacer para debilitar el disparador. El primer paso es que Hernán identifique qué es lo que lo está haciendo sentir tan desvalorizado o inútil. Puede que no sepa que ser juzgado por una autoridad sea un disparador muy sensible. La evaluación de los eventos opera en milisegundos, previo a la consciencia, antes de que él siquiera pueda darse cuenta de aquello que lo está haciendo sentir un no-merecedor. Tal vez él sabe que es su valoración de la opinión de la otra persona por sobre la suya, pero no por eso tiene Hernan que saber que sobrevaloró a la otra persona automáticamente. Puede que no se de cuenta de que haya alguna conexión con las experiencias de su infancia de haber castigado sin clemencia. Hernán puede estar muy a la defensiva, no estando preparado para aceptar que se está empezando a sentir amenazado. El primer paso es darse cuenta de que se está sintiendo amenazado, reconocer las sensaciones en su propio cuerpo, y entender el efecto que él tiene sobre otra gente.
Supongamos que Hernán empieza a reconocer que a veces se siente excesivamente amenazado pero no sabe cuándo ni porqué sucede. El próximo paso de Hernán es empezar un registro sobre sus episodios. El debe anotar esas ocasiones en las que reconoce que se siente amenazado o que otros se lo hacen saber. En el registro debe haber tanta información como sea posible sobre lo que aconteció en los momentos anteriores a sentirse amenazado. Un amigo o un psicoterapeuta puede ayudar a Hernán a descifrar que en estos episodios es su tasación de la otra persona la que termina siendo el disparador. Con suerte, cuando piense sobre esto, tal vez se de cuenta del libreto que está importando, esas terribles escenas con sus maestras o su madre. No estoy seguro de que él tenga que conocer esto para debilitar el libreto. Puede que para Hernán sea suficiente con darse cuenta que está teniendo pensamientos relacionados a la vergüenza, y que esté tratando a esa persona como si siempre tuviese la capacidad de definir que lo que Hernán hace no está bien.
Pareciera ser que la solución para Hernán ahora sea evitar cualquier cualquier situación en la que pueda sentirse amenazado. Eso presumiría que él puede salirse con la suya al nunca presentarse en lugares con mujeres lindas donde probablemente tengan sus opiniones sobre él, y que él puede anticiparse a las situaciones en las que nuevas autoridades aparezcan donde él podría no estar presentable. Un mejor enfoque sería tratar de calmar el disparador.
Hernán necesita considerar qué tan seguido percibió ser rechazado cuando no fue así, ó que cuando ellas no sienten atracción – o sienten repulsión – hacia él simplemente no es humillante. El debe aprender a reconsiderar que motiva un rechazo. Esta cuidadosa evaluación puede ayudar, si se hace repetidamente. El puede hacer esto al pensar sobre cada episodio de rechazo más adelante, prudentemente considerando explicaciones alternativas por las que no fue aceptado, reconociendo que tampoco fue desvalorizado.
A lo largo del tiempo él va a aprender a hacer la evaluación más tempranamente, mientras se encuentra en la situación. Él también podrá aprender a sentir cuando vuelva a aparecer la posibilidad de ser abandonado, y podrá mentalizarse para no interpretarlo como un insulto ó un intento de humillación. Con el tiempo la sobrevaloración de otra persona será un disparador de calma. Para arrancar, si Hernán, llega aprender que emitir un juicio es un disparador, y que es la amenaza de la supuesta humillación la que lo dispara, él estará en una mejor posición para controlar su preocupación cuando esta aparezca.
Supongamos que Hernán identificó el disparador, invirtió tiempo analizando los tipos de situaciones en donde él suele malinterpretar amenazas donde no existen, y ha practicado redefinir las situaciones para convertir las valoraciones en un alivio de la tensión, y no en sensaciones de auto-desprecio. Hagamos una concesión al decir que esto fue fácil porque temprano en su vida hubieron pocos castigos distribuidos a lo largo de varios meses, y ninguno de ellos duró mucho tiempo — la carga era liviana y de baja intensidad. Y estipulemos que Hernán no es agobiado por un perfil de rápido e abrumador autodesprecio, es solo una sensación de duda e incertidumbre, y puede aceptarla y vivir con ella. Hernán ahora raramente tiene que lidiar con el autodesprecio cuando alguien a quien él valora no demuestra una buena opinión sobre él. Quizás ahora Hernán aprendió que la opinión más relevante sobre su persona, no es más que la suya propia.
Nota: El texto original pertenece al libro Emotions Revealed y trata sobre el enojo. Me parece que es un template útil para otros propósitos. A diferencia de ‘Inteligencia Emocional’ de Goleman, que me pareció una basura, Emotions Revealed es un libro muy recomendable.