La autenticidad es un bien escaso. Oferta y demanda definen el valor de las cosas. Google lo entendió. Por eso desarrolló un modelo de negocios donde, como intermediarios, te proveen aquello que estás buscando. Cuanto más rápido te vayas de su sitio y más tardés en regresar, más acertada ha sido su predicción de lo que constituye algo valioso.
Para calcular el ranking de un producto, una computadora necesita conocer las características que lo componen. Por ejemplo, si tomás la búsqueda de “mujer con buena genética” notarás que algunos resultados son bastante acertados. ¿Cómo lo sabés? Tu cerebro sabe reconocer buena genética cuando la ve.
Trillones de procesos químicos de tu cuerpo producen una maraña de impulsos eléctricos. La combinación integral de dichos impulsos en el momento presente es lo que llamamos intuición. La intuición es la más alta forma de inteligencia.
La inteligencia es corrompible. Se corrompe cuando es contaminada por la mentira. Y uno de los problemas de no ser honesto es que no podés confiar en tu propia intuición. La mentira te idiotiza.
Como si fuese un peaje, la verdad posee la dolorosa cualidad de interponerse entre donde estamos y donde queremos estar. Años atrás, un gobierno argentino decidió que los índices de inflación no reflejaban los números que el mandatario quería ver. En vez de hacerse cargo de la dolorosa responsabilidad, el poder de turno hizo lo que hacen las tiranías cuando prefieren no ver la verdad — taparla. Y la luz –aquello que es verdadero– es imposible de frenar. No podés frenar a algo que viaja a 300.000 km/s. Solamente lo podés canalizar.
Si google decidiese alterar los valores que utiliza para intuir lo que constituye una mujer con buena genética, google eligiría tapar la verdad. ¿Y que perdería google si tomase ese camino? La primera oración de este mismo post contiene la respuesta.
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